Con mirada ausente buscaba sus ojos, sin voz, aún gritaba su nombre, no dejó ni un segundo de intentar recordar cómo olvidarlo, sin odios ni reproches, sólo suspiros y silencio.
En su propio volcán de hielo enterraba, ahogaba, cada una de las lágrimas que escapaban de su consciencia, cada minuto más firme, pero también más oscura, como la noche infinita.