miércoles, 25 de noviembre de 2015

Viperina.

Lengua viperina, recorre y quema. Calor viscoso, caliente, inyectando veneno mientras te devoro.
Con la sutileza de un largo beso, eterna agonía recorriendote con hambre voraz.
Sufres en mis delirios, mientras te enredo en mis labios de forma obsesiva, obscena, sin pausa.
Vuelas en orgásmicos vaivenes desesperados, ruegas compasión con tus gruñidos diabólicos, con esa mirada poseída desde la humedad de mi cuerpo.
Hasta que explotas entre maldiciones y promesas, impuras y sucias.

Infierno.

Silencio, atenta, te espero.
Sigo tu voz, ronca, dominante y oscura.
Me tumbo, siento el frío cuero bajo mi cuerpo, asumo mi voluntad a tus deseos, someto mi mente a tu infierno.
Seda negra tapa mis ojos, disfrutas jugando con mi impaciencia.
Resbala la cera de una vela sobre mi pecho, el fuego abraza el escalofrío que lo sigue, ahogo suspiros mordiendo mis labios.
Aprietas los dientes mientras imaginas la forma en que castigarás tanta soberbia, muerdes y sonríes; el infierno ha abierto sus puertas, ha poseído nuestras conciencias.
Embistes sin compasión, olvidas la perdición en la que nos hemos convertido, transportados en tormentas agónicas.
Sangrando de placer, prometemos cuidar la magia de nuestro aquelarre, negro, tenebroso, mortal.

Deriva.

A la deriva, en una lucha continua por reconocerte, estas ahí.
Melancólico y misterioso, amante peligroso.
En inútiles intentos por olvidarte, vienes rodeado de huracanes, me hieren, me desmontan, me advierten que tras de ti nada hay, ni luces ni sombras, solo el  vacío de la ausencia.
Buscándote entre  versos y prosa, apareces, mil caras, sólo tu sombra.
Fatal final me espera a tu lado, me suicido en tus besos, en tu abrazo.

lunes, 23 de noviembre de 2015

El acantilado del final.

Sobre su cama, ausente miraba al techo, distraia su mente para difuminar su recuerdo, el tic-tac del reloj era su banda sonora, mientras el eco de su risa torturaba su corazón al saber que ella no volvería.
Descubrió una grieta en la pared, le recordó tanto al vacío que habitaba en su corazón que una sonrisa amarga le desafiaba, a cada segundo.
Su pecho estaba frío, añoraba el recuerdo al cobijarla, protegerla era el motivo de su existencia, pero ya no estaba, se había escapado de entre sus dedos, como puñados de arena, ya no merecía la pena luchar.
Seguro de su fatalidad, se aproximó al acantilado del final, sobre su cama...